
Ocurrirá quizás como en el cuento de la rana que va hirviendo poco a poco. Estamos medio dormidos y en esa tolerancia, en esa aceptación incondicional hacia lo que nos impone la moda o los tiempos, de alguna manera nos apagan. No morirán los cuerpos como en las antiguas guerras, morirán las almas. Psicológicamente estamos ya en alguna especie de tercera guerra mundial: la guerra del miedo. En estos últimos tiempos, más allá de todo lo que ha pasado en este planeta convulso, existe una realidad que se repite, casi como una calcamonía, con lo pasado en siglos pasados. La diferencia es que esta vez tenemos mucho más que perder -tan materialistas que nos hemos vuelto-, y tenemos, además, la posibilidad de perderlo todo si a alguien se le ocurre apretar el botón nuclear.
A la pandemia de estos años se añade ahora la locura rusa con Putin liderando algo que nos quiere recordar a la necesidad alemana de tiempos pasados de expandir su territorio con todo lo que eso conllevó. Nunca entenderemos porqué un país tan extenso como Rusia tiene necesidad de más tierra, de más espacio vital. Tiene todo el que necesita. Pero eso ya no importa, lo que importa es que alguien que no está en su sano juicio puede hacer estallar todo por los aires. Nuestros valores, nuestra comodidad material, nuestra seguridad psicológica, nuestras vidas.
A ese miedo se añade el miedo a la posibilidad de una sexta extinción, ya sea por una guerra nuclear o por un cambio climático cada vez más inclemente que acabe con todos. Este verano hemos tenido nuevos avisos de que las cosas no pintan bien. Sequías, inundaciones, incendios y todo tipo de catástrofes que se suman a las que vendrán si no ocurre algo de inmediato. Es cierto que la sociedad, especialmente la sociedad occidental, está haciendo grandes progresos, o al menos, intentándolo, pero para los más optimistas, nada de lo que hagamos será suficiente. La catástrofe parece inevitable y casi inmediata.
Uno se pregunta siempre qué puede hacer para no fomentar el miedo, pero sin ser ingenuo del todo y obviar la realidad circundante. Lo inminente es observar y actuar siempre desde lo pequeño. Aportando ideas, aportando acciones y aportando deseos de cambio. Entablar una relación de amistad con nosotros mismos y con nuestro entorno para generar ese cambio que deseamos ver en el mundo. Alejarnos del miedo sin ser ingenuos ni equidistantes con la realidad es complejo. Algo podremos hacer, aunque sea desde lo más pequeño, desde lo aparentemente más insignificante para dirigirnos hacia ese mundo amoroso del que nos hablaba Fourier.
Desde las relaciones más cercanas hasta nuestra manera de enfrentarnos al entorno, cualquier gesto, por pequeño que sea, nos puede ir alejando del miedo y acercarnos fuera de esa guerra mundial en la que estamos imbuidos. Cuidarnos y cuidar a la gente que nos rodea, empatizar con el mundo sin ignorar sus retos y problemas, buscando siempre maneras de poder potenciar la ecología y el cuidado del planeta.
El cuidado con las relaciones humanas y focalizándonos siempre en las cosas buenas y auténticas, teniendo un marcado pensamiento positivo, nos ayudará a mejorar poco a poco. Algo podemos hacer, algo debemos hacer para que como humanidad podamos vivir una vida mejor, una vida buena, un mundo amoroso y feliz. Todo está en nuestras manos, en las tuyas y en las mías, sin delegar en nadie, sin esperar nada de los otros. Cada uno de nosotros tenemos la obligación moral de propiciar el cambio, inevitablemente.
Gracias de corazón por apoyar esta escritura…