Fue el sociólogo americano Erving Goffman quién más profundizó sobre el estigma y la identidad deteriorada. La sociedad, las personas, las comunidades, establecemos patrones claros de comportamiento aceptado, de atributos que concebimos como “normales” y “corrientes”. Cuando algo sale de esa normalidad, tendemos a estigmatizar al otro pensando que sus rarezas son un peligro para nuestro orden establecido. Es entonces cuando empezamos a profundizar en el trasmundo de los “desviados”, de los socialmente no aceptados o “anormales”. La reflexión viene a cuento cuando ayer, mi buen vecino F., al que quiero mucho por haber sufrido juntos en estos años avatares parecidos, me invitó a una barbacoa. Estaba saturado de trabajo y no pude quedarme más que diez minutos para ver como empezaba la labor del “vuelta y vuelta” a la carnaza. Hubiera traído unas patatas y unos pimientos para compartir porque el hecho de ser vegetariano me priva de ciertos placeres, pero estamos en tiempos de trabajar el doble para ganar la mitad y diez minutos más de charla hubieran sido catastróficos. Aún así, lo que me llamó la atención fue el cúmulo de preguntas sobre los visitantes que este pasado fin de semana anduvieron por mi casa. Al parecer, porque yo no estaba, eran unos quince, todos vestidos de blanco, madrugadores, por lo que me decían, que se sentaban en la terraza en silencio, mirando a algún punto fijo, haciendo como si meditaran. Lo primero que me preguntó F. es de qué secta habían salido. Le dije que eran yoguis que practicaban la meditación y la relajación, y para tranquilizar sus angustias, le dije que no eran peligrosos. Que sentarse a meditar y levantarse a las cuatro de la madrugada para hacer yoga no parecía nada comprometido. Al parecer, el susto por estos quince amigos vestidos de blanco fue tanto, que incluso la Guardia Civil se paseó para ver qué estaba pasando en mi casa. Quizás imaginaban que se trataba de un escuadrón de la muerte o de vete tú a saber qué. Lo cierto es que estos amigos, más allá del estigma al que puedan ser sometidos por la “normalidad” del lugar, simplemente pretendían pasar un buen fin de semana de retiro y recogimiento. Nada más que eso. No sé si lo habrán conseguido, pero seguro que dentro de su “normalidad” diaria, mirarán a los vecinos de las barbacoas diciendo: “fíjate, están comiendo cadáveres”. Y quién sabe, a lo mejor de aquí a cuatrocientos años los raros son los de la barbacoa… Y como la sociedad es como es, seguro que alguien preguntará de qué secta son esos que comen carne…
Molt be, Xavi. Me alegra que esas gentes hayan dejado un bonito halo de paz y de luz en tu casa. Abrazo fuerte
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La singularidad con clase, tiene un precio amigo Javier:
Rafael
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Jajajaja..si a barbacoa la hubiera montado Berlusconi, nadie diría ni mu.
😀
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que me hubiera gustado poder conocerlos.
aunque para meditar, me pego el dia montada en la nube, aunque habeces lo hago sola.m encanta.
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